He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 6 de mayo de 2016

Star Wars

Este fin de semana he ido a ver la nueva película de 'Star Wars'. Me divertí. Encontré exactamente lo que esperaba encontrar: los mismos personajes de hace treinta años, las mismas naves, mucho ruido, batallas espaciales, duelos con espadas láser, las mismas patadas de siempre a los libros de física... y todo eso en pantalla grandísima. Fui a ver la continuación de una historia bien conocida que pertenece a mi infancia, a cuando tenía diez o quince años.
Un amigo con el que hablé al día siguiente me dijo que a él le hubiera gustado algo más de guión y no sólo efectos especiales demasiado espectaculares y ya demasiado vistos. Quizá tenga razón, pero a mi me valió. Y me valió, además de para pasar un buen rato en el cine, para trasladarme a la época en que vi esas pelis por primera vez. De hecho creo que no había vuelto a ver entera ninguna de las tres películas originales hasta hace un par de semanas, que me las puse de deberes en casa pensando en tenerlas frescas para ir a ver la nueva. No recuerdo cuándo, dónde, ni con quién, vi 'La guerra de las galaxias' y 'El imperio contraataca', las dos primeras de la serie. Pero recuerdo que la tercera, 'El retorno del Jedi', la vi con Ramón y José Ramón, dos compañeros del colegio, el 21 de diciembre de 1983 en un cine que había entre San Bernardo y Quevedo.
Siempre fui un niño bueno. Un hermano mayor razonablemente aplicado, estudioso y obediente. Creo que nunca di en casa problemas mucho más graves de los que pueda provocar cualquier adolescente más o menos formalito. Segundo de BUP fue mi año rebelde. Empecé a ir menos con mis amigos de siempre. Estudié menos. Quise salir más. Frecuenté a gente nueva en clase. Dos de los compañeros de esa época eran Ramón y José Ramón. A José Ramón le tengo más desdibujado en la memoria, pero sí recuerdo bien a Ramón: los ojos claros, el pelo castaño, un poquito largo de más para lo que se estilaba entonces en un colegio de frailes. Recuerdo su risa, muy fresca, alegre, recuerdo su flequillo, y recuerdo que siempre estaba hablando de música, de los discos que compraba y de los muchísimos conciertos a los que iba. De hecho con ellos fui a mi primer concierto: Supertramp. Me costó mucho negociar en casa que me dejaran ir...
José Ramón no tanto, pero Ramón era una ruina para los estudios. Suspendía hasta el recreo y no parecía que las notas que sacaba le alteraran en absoluto. En mi casa suponía una catástrofe que yo pudiera llegar con un par de suspensos, así que no podía imaginar la escena de aparecer ante mis padres con los siete, ocho o nueve que él solía tener habitualmente.
Recuerdo que ese año salimos unas cuantas veces. Algunas las tengo en la memoria muy vívidamente. Nunca he bebido, ahora aún menos, y de las cuatro o cinco borracheras que he podido cogerme en mi vida, la mayoría fueron en esa época con ellos. Recuerdo un día que quedamos en Arturo Soria, cerca de donde vivía José Ramón, y fuimos a una pequeña tienda de ultramarinos a por un litro de cerveza para cada uno. Quizá ese fue el día del cine, no estoy seguro. Recuerdo también un tarde que fuimos al cumpleaños de una amiga de uno de ellos. Yo ni siquiera la conocía. No conocía a nadie. Una casa sin padres llena de chavales de 16 años de fiesta. En la mesa del salón, frente al sofá en el que me senté nada más llegar, había un gran cuenco o una olla o algo así, con una bebida dulzona con sabor a plátano que había preparado alguien. Todo fue más o menos bien hasta que me levanté del sofá...
Recuerdo un día que Ramón y yo fuimos a ver a José Ramón a su casa porque llevaba unos días sin venir a clase por unas fiebres que había cogido. Ellos bromearon sobre las chicas del pueblo al que iba de vacaciones, que quizá le habían pegado algo. José Ramón tenía unos cuantos cómics. Recuerdo que a veces se los intercambiaban en clase, igual que los discos. Me dejó uno de ellos para que lo hojeara. Me dijo que me iba a gustar, que seguro que no había visto antes uno así. Debía hacer poco tiempo que yo había dejado a Mortadelo y al Jabato y así, de repente, conocí a Milo Manara.
El día que fuimos a ver 'El retorno del Jedi' debimos coger el metro en Arturo Soria para ir hasta Bilbao o San Bernardo. Quizá después de pillar los litros de cerveza. A ninguno de los tres nos interesaba el fútbol: ni jugábamos bien, éramos de los que eran elegidos al final del todo cuando se hacían equipos en el recreo, ni tampoco nos interesaba especialmente la liga ni ningún equipo. Por eso no fue hasta llegar a casa, o quizá hasta el día siguiente, que nos enteramos de que España se había clasificado para la Eurocopa de ese año ganando a Malta por 12 goles a 1 mientras nosotros veíamos a Luke destruir la Estrella de la Muerte por segunda vez.

La Cabrera, enero de 2016.

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Este recuerdo de adolescencia es el resultado de otro de los ejercicios propuestos en el taller de escritura creativa que hice durante el primer trimestre de este año en Escuela de Escritores.

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