He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

jueves, 20 de agosto de 2015

14

El año pasado se publicaron montones de libros sobre la Primera Guerra Mundial conmemorando el primer centenario de su inicio. Echando un vistazo a las bibliografías que hay por ahí se encuentran libros sobre el desarrollo de la guerra, la estrategia militar, las consecuencias, las batallas, los personajes destacados que intervinieron... Miles de páginas contando la barbarie.

Hace un par de días leí 14, del escritor francés Jean Echenoz [1947- ].
No llega a las cien páginas. Y da la impresión de que en esas pocas páginas está todo. Se lee de una sentada, casi sin pestañear. En la primera página la imagen, bucólica y amable, de un tipo montando en bici por el campo un sábado después de comer... Parece que va a ser un cuento fácil y con poca chicha. Pero poco a poco, casi sin darte cuenta, a las pocas páginas, estás en plena guerra contando qué pasa allí, contando la sorpresa e incluso la diversión de quienes son reclutados y salen de su ciudad como si fueran de turismo unos días, el frío y el calor, el peso del equipo que cargan, la mugre, el dolor, el ruido, la soledad...

Tantas veces nos han contado la guerra como algo limpio, necesario y heroico que libros como este parecen necesarios para acercarnos a la realidad.
Quizá los ejemplos en el cine son más claros. Pienso en esas pelis en las que hay unos malos y otros buenos, los buenos acaban con los malos limpiamente y vuelven a casa. Y asunto resuelto. Tal vez uno de los ejemplos más exagerados que me vienen a la memoria sea la peli-panfleto Objetivo Birmania, rodada meses antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, con la única intención de hacer propaganda antijaponesa en Estados Unidos en esos meses finales del conflicto. Tan absurda que a ratos parece una parodia.
Y pienso, por ponerme en el otro extremo, en la primera media hora de Salvad al soldado Ryan, otra peli también a ratos patriotera, con demasiadas banderas y con los malos demasiado malos y los buenos demasiado buenos, pero que durante esos primeros minutos en que cuenta el inicio del desembarco de Normandía muestra cómo debe ser el espanto y el miedo de situaciones así.

El libro de Echenoz no tiene desperdicio. En esas poquitas páginas (insisto) le da para contar no sólo el horror de las trincheras, sino también lo que ocurre en casa, cómo viven quienes se han quedado atrás, la relación entre mandos y tropa, la corrupción y los abusos que generan las guerras...

Con este librito vuelvo a confirmar esa teoría que tengo, y de la que cada vez estoy más convencido, de que para conocer la historia la literatura es (al menos) tan útil como los propios libros de historia.

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