He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 3 de octubre de 2016

Vuelta al cole

Varias veces he mencionado ya en este blog, por diferentes motivos, a la Escuela de Escritores. A principios de este año decidí regalarme, como una forma de cumplir uno de mis propósitos de año nuevo, un curso de escritura. Estuve yendo durante el primer trimestre de 2016 y me lo pasé muy bien: aprendí mucho, conocí a gente estupenda y, sobre todo, me 'forzó' a escribir...

En primavera lo tuve que dejar, luego llegó el verano que parece que cambia todos los ritmos... y ahora, con este otoño que parece que ya ha llegado del todo, vuelvo a la Escuela.
Hoy tengo la primera clase y me muero de ganas...

Esta vez me he matriculado en uno de los cursos que da Ángel Zapata. Hace algún tiempo leí su libro La práctica del relato, que fue de las primeras cosas que leí sobre el tema y me resultó muy clarificador. Estos días lo he rescatado de las cajas y los montones que aún duran desde mi mudanza de este verano y lo tengo rondando de nuevo por casa...

He encontrado por ejemplo, entre las cosas que tengo subrayadas de cuando lo leí, ésto:

Llegados a este punto, tal vez convenga recordar que la propia palabra "ficción" procede del latín "fingere", que significa "simular". Como es natural, igual Moravia que Carver están fabulando al escribir sus relatos. Apenas toman la palabra en el texto, imaginan ser otros: un hombre que se hace birlar las novias, y otro hombre fastidiado por una madre absorbente. Quizá se encierre en cualquiera de ellos algún apunte autobiográfico. Pero de todas formas es igual: esos personajes no han existido nunca como seres reales, y la historia que supuestamente refieren a sus lectores es una pura invención del autor.
Visto desde este ángulo, no deja de resultar insólito que una persona cualquiera esté dispuesta a malgastar su tiempo en escuchar tales embustes. Después de todo ¿cómo es posible que pueda interesarnos leer una historia de la que ya sabemos de antemano que es mentira? ¿habéis pensado alguna vez por qué nos gusta leer ficciones?
La pregunta está lejos de ser ociosa. Tanto es así, que ni siquiera tiene una respuesta única. En el afán de contestarla, algunos teóricos necesitan remontarse a la propia naturaleza del hombre y colocar en ella -junto al hambre y la sexualidad- un tercer instinto que sería el instinto del juego. Contar cuentos es un modo de jugar; y en la misma dirección, el historiador Johan Huizinga sostiene que la especie humana se destaca del reino animal tanto por el conocimiento, como por el papel que desempeña el juego en nuestra vida. El hombre es "homo sapiens" y "homo ludens"; o lo que viene a ser igual, el hombre es el animal que juega: no el mono desnudo que describe la biología, sino un mono arropado por sus ficciones.
[...] he acompañado al capitán Ahab en su alucinada persecución de una ballena blanca, o he bajado las escaleras de un sótano de Buenos Aires y me he sumergido en un Aleph. Estas aventuras, es cierto, las he vivido con la imaginación. Su recuerdo tiene en mí una intensidad menor (o puede que distinta sólo), al recuerdo que guardo de unos días que pasé en Venecia, mi tercer cumpleaños, la primera vez que vi el mar y otros episodios por el estilo.
Pero el Aleph y la ballena blanca, los apuros espaciales de Ijon Tichy o aquella magdalena mojada en té que tenía el efecto de un tónico sobre la memoria de Marcel Proust, todo esto forma parte de mi vida; lo he vivido de otra manera, y dando vida a esas historias en mi propia imaginación me he experimentado como si fuera otro.
Quizá de un modo más tenue (pero a veces tan involucrado como en una experiencia real), me he vivido a mí mismo en muchas otras vidas imaginarias. Y he disfrutado de mi propia vida, en definitiva, inmerso como lector en ese espacio paralelo de la literatura, donde juego a ser otro.
Al leer, jugamos a ser otros. [...]

Lo dicho, me muero de ganas de empezar...

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