He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

sábado, 31 de enero de 2015

Títulos

[...] El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe llevar un título.
Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. Es imposible sustraerse a las sugerencias que generan Rojo y negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al lector son aquellos que se reducen al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, pero incluso esa mención puede constituir una injerencia indebida por parte del autor. [...] Quizás habría que ser honestamente deshonestos, como Dumas, porque es evidente que Los tres mosqueteros es, de hecho, la historia del cuarto. Pero son lujos raros, que quizás el autor sólo puede permitirse por distracción.

[...] El título debe confundir las ideas, no regimentarlas.
Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren. Cuando escribía obras teóricas, mi actitud hacia los críticos era la del juez: ¿han comprendido o no lo que quería decir? En el caso de una novela todo es distinto. No digo que el autor deba aceptar cualquier lectura, pero, si alguna le parece aberrante, que otros cojan el texto y la refuten. Por lo demás, la inmensa mayoría de las lecturas permiten descubrir efectos de sentido en los que no se había pensado. [...]

El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto.

De las Apostillas a El nombre de la rosa [1983], de Umberto Eco [1932- ].

viernes, 30 de enero de 2015

Hay que saber

[...] No saldré de este recinto antes de averiguar la verdad. ¿Quiere que me vaya mañana por la mañana? Muy bien, él es el dueño de casa. Pero de aquí a mañana por la mañana debo averiguar la verdad. Debo averiguarla.
-¿Debéis? ¿Quién os lo exige ahora?
-Nadie nos exige que sepamos, Adso. Hay que saber, eso es todo, aún a riesgo de equivocarse.

De la novela El nombre de la rosa [1980] del escritor italiano Umberto Eco [1932- ].

jueves, 29 de enero de 2015

Temprano...

Temprano levantó la muerte el vuelo, 
temprano madrugó la madrugada, 
temprano estás rodando por el suelo.

De la Elegía, del poeta Miguel Hernández [1910-1942].

miércoles, 28 de enero de 2015

gente que lee (23)

Niñxs leyendo cómics, NY, 1947.
Ruth Orkin [1921-1985].

martes, 27 de enero de 2015

lunes, 26 de enero de 2015

Libros y bombas

Biblioteca de Sarajevo fotografiada en junio de 1993 por Gervasio Sánchez [1959- ], tras ser bombardeada durante el asedio de la ciudad.

domingo, 25 de enero de 2015

Adeline Virginia Stephen

Virginia Woolf [1882-1941], fotografiada en 1902 por George Charles Beresford [1864-1938], nació hace hoy 132 años.

sábado, 24 de enero de 2015

viernes, 23 de enero de 2015

Una tarde en la isla

Dos niñas, vecinas, de 11 ó 12 años, pasan la tarde juntas conociéndose y haciéndose amigas, descubriéndose y descubriendo la vida de la otra, hablando de los conflictos de sus padres, y de su propio malestar ante su separación.
Una de las mejores novelas que he leído sobre el sentimiento de lxs niñxs ante la separación de sus padres. Muy recomendable.

jueves, 22 de enero de 2015

No siempre, ni necesariamente.

-Quizá son enigmas y significan otra cosa -sugerí-. ¿O tenéis otra hipótesis?
-Sí, pero aún es muy confusa. Tengo la impresión, al leer esta página, de que ya he leído algunas de las palabras que figuran en ella, y recuerdo frases casi idénticas que he visto en otra parte. Me parece, incluso, que aquí se habla de algo que ya se ha mencionado en estos días... Pero no puedo recordar de qué se trata. He de pensar en esto. Quizá tenga que leer otros libros.
-¿Cómo? ¿Para saber qué dice un libro debéis leer otros?
-A veces es así. Los libros suelen hablar de otros libros. A menudo un libro inofensivo es como una simiente, que al florecer dará un libro peligroso, o viceversa, es el fruto dulce de una raíz amarga. ¿Acaso leyendo a Alberto no puedes saber lo que habría podido decir Tomás? ¿O leyendo a Tomás lo que podría haber dicho Averroes?
-Es cierto -dije admirado.
Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido trasmitiendo.
-Pero entonces -dije-, ¿de qué sirve esconder los libros, si de los libros visibles podemos remontarnos a los ocultos?
-Si se piensa en los siglos, no sirve de nada. Si se piensa en años y días, puede servir de algo. De hecho, ya ves que estamos desorientados.
-¿De modo que una biblioteca no es un instrumento para difundir la verdad, sino para retrasar su aparición? -pregunté estupefacto.
-No siempre, ni necesariamente. En este caso, sí.

De la novela El nombre de la rosa, del escritor y filósofo italiano Umberto Eco [1932- ].

miércoles, 21 de enero de 2015

martes, 20 de enero de 2015

Atasco

Al cerrar el coche ha vuelto a mirar su reloj. Hace ya un buen rato que llega tarde a la clase que tenía que dar a primera hora. De repente, todo lo que tenía que hacer esa mañana ya no es importante. Cuando echa a andar, el aire fresco que nota en la cara le hace sentirse bien. Ha recorrido unos cincuenta metros y se siente mejor con cada paso que da. Mientras camina oye a alguien que le grita a su espalda. No distingue bien lo que le dice, aunque supone que nada bueno. No hace caso. Sigue caminando, mirando al frente, evitando tocar los coches entre los que se mueve lentamente, con paso firme, sin mirar atrás.
Unos metros más adelante le ha parecido ver a otra persona que también se ha bajado de su coche. Vuelve la vista y ve a dos más, una de ellas, con un bebé en brazos, le sonríe desde lejos y le saluda con la mano mientras avanza en su misma dirección.
Sigue andando, despacio, con tranquilidad, y con la sorpresa de ver que, poco a poco, de más y más coches se baja gente, cierran las puertas y echan a andar, abandonándolos en medio del atasco, liberándose de ellos para caminar, por fin.

Manjirón, febrero de 2014.

Licencia Creative Commons
Atasco por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

lunes, 19 de enero de 2015

Casi un año...

Casi un año ya desde que comencé a mantener este blog. Lo inicié sin ningún plan, sin un objetivo claro y sin la intención de colgar nada concreto. La intención inicial era hacer un blog en el que hablar sobre cosas que leo y cosas que escribo.
Poco a poco, sin pretenderlo, me han ido saliendo algo que se parece a "secciones" dentro del blog, entradas que voy repitiendo y que, sin sentirlo como una obligación o como una estructura rígida, me gusta que vayan dando forma al sitio:
  • Gente que lee: cada semana una imagen (pintura, fotografía, viñeta, dibujo, etc.) en la que alguien lee.
  • Blogs que sigo: más o menos cada tres semanas cuelgo la referencia a algún blog que me gusta en el que se habla de libros.
  • Los viernes intento hacer algún comentario sobre lo que me estoy leyendo. No pretende ser una reseña (ya hay muchos sitios en los que hay estupendas reseñas de libros), sino sólo una sensación, una recomendación, una impresión sobre lo que leo.
  • Textos de novelas, relatos, etc. e imágenes que encuentro por ahí y que me interesan por algún motivo relacionado con los libros o con la lectura.
  • Y cada luna nueva, desde hace ya varias, un relato mío.
    (La próxima, mañana).
Seguimos...

domingo, 18 de enero de 2015

Inestabilidad

Nos encontrábamos ya cerca de mi casa, cuando el taxista fue avisado por un colega de que había en nuestro camino un control de alcoholemia. Como resultara imposible dar la vuelta o escapar por una calle lateral, el conductor me confesó que llevaba dos copas, pues había comido con unos amigos de la infancia a los que hacía años que no veía. "¿Y qué quiere que le haga?", pregunté. "Que se ponga al volante -respondió-, como si usted fuera el taxista y yo el pasajero." Me pareció una propuesta absurda a la que respondí con una sonrisa de desconcierto. Mientras sonreía, vi en sus ojos, a través del espejo retrovisor, un movimiento de pánico que produjo también en mi alguna inquietud. En cuestión de segundos me puso al corriente de su situación, responsabilizándome del drama familiar que se le vendría encima si le retiraban la licencia. Aunque intenté defenderme, lo cierto es que al cabo de un momento, dada mi debilidad de carácter, estaba al volante del taxi, con del conductor detrás.
Alcanzado el control, un guardia hizo señas de que nos echáramos a un lado. Luego se acercó, me informó acerca de sus propósitos y me pidió que soplara, lo que hice con miedo, pues aunque no había bebido creo que el organismo puede, en situaciones de estrés, producir todas las sustancias existentes. Por fortuna, estaba limpio y me dejaron seguir. Como no era cuestión de detenerse a unos metros del control para realizar el cambio, y dado que mi domicilio se encontraba muy cerca, continué conduciendo hasta el portal, donde el taxista, tras mirar el contador, sacó un billete, me lo dio, abrió la puerta, salió del coche y se metió en mi casa, todo con una rapidez tal que no fui capaz de reaccionar. Además, apareció enseguida otro cliente que me pidió que lo llevara a toda mecha al aeropuerto. Qué inestable es la realidad, pensé arrancando.

Del libro Articuentos completos [2011], del escritor Juan José Millás [1946- ].

sábado, 17 de enero de 2015

viernes, 16 de enero de 2015

Moritz, Sonni, Eva, Bruno

Me estoy leyendo varios libritos del escritor alemán Achim Bröger [1944- ], autor de novelas y cuentos para niñxs y jóvenes. Es mi primer "descubrimiento" de literatura infantil y juvenil del 2015.
He leído un par de ellos durante estos días y tengo otro par pendiente, todos ellos encontrados mirando al azar entre los estantes de las bibliotecas que frecuento en la Sierra.
Literatura para niños y niñas pequeños, quizá hasta 8 ó 10 años. [Siempre me resulta muy difícil pensar esos posibles límites de edad para los libros que leo: pienso en mis sobrinxs o en otros niñxs que tengo cerca, pero cada uno de ellos, y cada familia, es un mundo...].
De cualquier modo, muchos de los episodios que se cuentan en estas historias creo que son perfectamente "contables" a niñxs mucho más pequeños que aún no sepan leer por sí mismos: historias llenas de imaginación, protagonizadas casi siempre por peques (Moritz, Sonni, Eva) o por mayores que parecen peques (Bruno) que inventan sus propias aventuras.
Si no recuerdo mal todos éstos están escritos en los setenta y en los (muy) primeros ochenta. Y no deja de sorprenderme, una vez más, la "modernidad" con la que se escribía en esos años en otros países mostrando comportamientos, estructuras familiares, etc. que a veces aún hoy nos chocan aquí.

jueves, 15 de enero de 2015

...aquella frágil red de deleites

En la antecocina, el joven criado prestaba oído, tratando de amortiguar en lo posible el tintineo de la plata. Luego, de súbito, aquello surgía como una aparición que se oyera sin verla. Nathanael, hasta aquel momento, sólo había oído unas tonadas inseparables de las voces que las cantaban: la voz agridulce de Janet, la voz suave y un poco ronca de Foy, la hermosa voz sombría de Sarai, que removía las entrañas, o asimismo algunas estruendosas canciones que entonaban sus compañeros en la bodega del barco, y cuyo ruido, acompañado a veces por una guitarra, pese al cabeceo, invitaba a enlazarse y a bailar. También en el templo, el sonido del órgano lo había transportado a menudo hasta un mundo del que era preciso salir apenas entrado en él, pues las voces disonantes de los fieles obligaban a volver a tierra por otros tantos escalones rotos. Pero aquí la cosa era distinta.
Unos sonidos puros (Nathaniel prefería ahora aquellos que no han sufrido encarnación en la voz humana) se elevaban para luego replegarse y subir más alto aún, danzando como las llamas de una hoguera, aunque con un delicioso frescor. Se entralazaban y besaban como los amantes, pero esta comparación aún era en exceso carnal. Podrían recordar las serpientes, si no fuera porque no tenían nada de siniestros; y también a las clemátides o campanillas, de no ser porque sus delicados enredos no parecían tan frágiles, aunque lo eran: bastaba con que una puerta se cerrase de golpe para destrozarlos. Cuanto más se perseguían preguntas y respuestas entre violín y violonchelo, entre viola y clavicordio, más se imponía la imagen de unas pelotas de oro rodando por los escalones de una escalera de mármol, o la de unos surtidores de agua brotando en las pilas de las fuentes, en algún jardín como los que el señor Van Herzog decía haber visto en Italia o en Francia. Se llegaba a alcanzar un punto de perfección como nunca en la vida, pero aquella serenidad sin ejemplo era, sin embargo, variable y formada por momento e impulsos sucesivos; las mismas milagrosas uniones se rehacían; uno aguardaba su retorno, latiéndole el corazón, como si fuera una alegría esperada durante mucho tiempo; cada una de las variaciones transportaba, como una caricia, de un placer a otro placer insensiblemente diferente; la intensidad del sonido crecía y disminuía, o cambiaba en su totalidad, igual que lo hace el color del cielo. El hecho mismo de que aquella felicidad transcurriese en el tiempo llevaba a creer que tampoco se hallaba uno ante una perfección por completo pura, situada en otra esfera, como se supone que lo está Dios, sino sólo frente a una serie de espejismos del oído, igual que existen espejismos de la vista. Después, alguien tosía, rompiéndose aquella paz, y ello bastaba para recordar que el milagro sólo podía producirse en un lugar privilegiado, meticulosamente resguardado del ruido. Afuera, en la calle, continuaban chirriando los carros; rebuznaba un burro apaleado; los animales, en el matadero, mugían o agonizaban entre estertores; niños mal cuidados y alimentados lloraban en la cuna; morían algunos hombres, como antaño el mestizo, con una blasfemia en los labios húmedos de sangre; en la mesa de mármol de los hospitales, los pacientes aullaban de dolor. A mil leguas de allí, quizá, al Este o al Oeste, tronaban las batallas. Era escandaloso que aquel inmenso bramido de dolor -que nos mataría si, en un momento determinado, penetrara en nosotros por entero- pudiera coexistir con aquella frágil red de deleites.

De la novela corta, o relato largo, Un hombre oscuro, de la escritora francesa Marguerite Yourcenar [1903-1987].

miércoles, 14 de enero de 2015

Los hombres de antes...

Los hombres de antes eran grandes y hermosos (ahora son niños y enanos), pero ésta es sólo una de las muchas pruebas del estado lamentable en que se encuentra este mundo caduco. La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos, los pájaros se arrojan antes de haber echado a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan, María ya no ama la vida contemplativa y Marta ya no ama la vida activa, Lea es estéril, Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los lupanares, Lucrecio se convierte en mujer. Todo está descarriado. Demos gracias a Dios de que en aquella época mi maestro supiera infundirme el deseo de aprender y el sentido de la recta vía, que no se pierde por tortuoso que sea el sendero.

Del prólogo de Adso de Melk, en el inicio de El nombre de la rosa, novela del escritor italiano Umberto Eco [1932- ].

martes, 13 de enero de 2015

gente que lee (21)

El lector [1856], óleo del pintor francés de origen alemán Ferdinand Heilbuth [1826-1889].

lunes, 12 de enero de 2015

domingo, 11 de enero de 2015

La Pulga

¿Una editorial dedicada a los microcuentos...?
¿¡¿¡¿¡...?!?!?!
No hace mucho descubrí La Pulga Editorial, al encontrarme por ahí con las bases de su I Certamen de Microcuentos. (Al que por cierto me presenté, pero parece ser que sin éxito...).

Desde entonces sigo su blog: hay que ser gente atrevida para plantearse hacer, con el panorama en el que estamos, publicaciones de microcuentos...

Sólo por mostrar tanta osadía ya merece la pena seguirles la pista:

LA PULGA EDITORIAL nace para brincar a las barbas del mercado editorial imprimiendo picaduras no ponzoñosas en zonas de microcuentos.
Ubicada en la periferia de Madrid, LA PULGA EDITORIAL comienza en octubre de 2014 su andadura con el I Certamen de Microcuentos “99 crímenes cotidianos”, que cristalizará con la publicación de la antologíaNoventa y nueve crímenes cotidianos y un responso en la primavera de 2015.
Otramente se trabaja en otros proyectos de microcuentismo que a su momento serán revelados. Bienvenidos a nuestros picores.

sábado, 10 de enero de 2015

Mis libros de 2014

La carta esférica Arturo Pérez-Reverte
Aprender a vivir con niños Rebeca Wild
Vacio perfecto Stanislaw Lem
Pippi Calzaslargas Astrid Lindgren
Planck Carlos Olalla
Los diarios de Adán y Eva Mark Twain
Mujeres de ojos grandes Ángeles Mastretta
El misterio de la mujer autómata Joan Manuel Gisbert
El vano ayer Isaac Rosa
Constitución de los atenienses Aristóteles
Chocolate amargo Mirjam Pressler
Historias de amor Robert Walser
La prisión de la libertad Michael Ende
Memorias de una vaca Bernardo Atxaga
Capitán de mar y guerra Patrick O'Brian
El mago de Oz L. Frank Baum
Historia de un segundo Jordi Sierra i Fabra
Escribir Enrique Páez
La piedra blanca Gunnel Linde
Mi vida querida Alice Munro
El enigma N.I.D.O. Fernando Lalana
Un marido para mamá Christine Nöstlinger
La vida de las mujeres Alice Munro
Mande a su hijo a Marte Fernando Lalana
Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta) Pedro Mañas
Diente de león Mónica Rodríguez
Una historia familiar Christine Nöstlinger
¡Vuela, abejorro! Christine Nöstlinger
Wetti y Babs Christine Nöstlinger
Hugo, el niño en sus mejores años Christine Nöstlinger
Un yanqui en la Corte del Rey Arturo Mark Twain
El club de lectura del final de tu vida Will Schwalbe
Un intruso en mi cuaderno David Fernández Sifres
A trompicones Mirjam Pressler
La batalla de los árboles Carlos Villanes Cairo
Bambulo, primeros pasos Bernardo Atxaga
Bambulo, la crisis Bernardo Atxaga
Bambulo, amigos que cuentan Bernardo Atxaga
Arañazos en la pintura Mirjam Pressler
Y por fin habló Mirjam Pressler
Malka Mai Mirjam Pressler
El agente secreto Joseph Conrad
Un cóndor sobre Madrid Paloma Muiña
La edad de la anestesia Elena Alonso Frayle
La mudanza y otras historias curiosas Guus Kuijer
El poder del discurso materno Laura Gutman
Una cabeza llena de macarrones Guus Kuijer
Déjame que te cuente Jorge Bucay
Las palabras para decirlo Marie Cardinal
Esta, la vida G. Moure y M. Rodríguez
Los caballos de mi tío Gonzalo Moure
El síndrome de Mozart Gonzalo Moure
Kanikosen – El pesquero Takiji Kobayashi
La verdad Riikka Pulkkinen
La conferencia de los animales Erich Kästner
Si me necesitas, llámame Raymond Carver
Una biblioteca de verano Mary Ann Clark Bremer
Aprender a terminar Laurent Mauvignier
Los duelistas Joseph Conrad
El 35 de mayo Erich Kästner
Emilio y los detectives Erich Kästner
El aula voladora Erich Kästner
Copia este libro David Bravo Bueno
Entrada en materia José Ángel Valente
El hombre pequeñito y la pequeña miss Erich Kästner
Los seres queridos Evelyn Waugh
¡ONG! Iegor Gran
¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Raymond Carver
Alta velocidad Karmele Setien ed.
Mirar al agua Javier Sáez de Ibarra
Tres veces al amanecer Alessandro Baricco
Rayuela Julio Cortázar
Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río László Krasznahorkai
Libros malditos, malditos libros Juan Carlos Díez Jayo
Nieve verde Sara Blædel
El amante Marguerite Yourcenar
La ladrona de libros Markus Zusak
Como el agua que fluye Marguerite Yourcenar
Articuentos completos Juan José Millás

Mis libros de 2013

viernes, 9 de enero de 2015

El nombre de la rosa

Me estoy leyendo El nombre de la rosa [1980] de Umberto Eco [1932- ].

Este año me apetece empezarlo con relecturas de algunos de mis libros favoritos. Y éste, sin duda, es uno de ellos. Seguramente uno de los que más veces he leído y de los que mejor sensación me dejan cada vez que lo termino. Me gusta la trama "policíaca", me gusta el ambiente medieval, me gusta todo lo relacionado con la biblioteca, con los libros, con el laberinto, con el trabajo de los monjes...
Y me gusta, claro, la estructura del libro: esa cosa tan manida, pero muchas veces tan efectiva, de hablar de un manuscrito encontrado, que a su vez es traducción de una versión de otra traducción, etc., etc.

Pensándolo bien, no eran muchas las razones que podían persuadirme de entregar a la imprenta mi versión italiana de una oscura versión neogótica francesa de una edición latina del siglo XVII de una obra escrita en latín por un monje alemán de finales del XIV. [...]
En conclusión, estoy lleno de dudas. No sé, en realidad por qué me he dedicado a tomar el toro por las astas y presentar el manuscrito de Adso de Melk como si fuese auténtico. Quizá se trate de un gesto de enamoramiento. O, si se prefiere, de una manera de liberarme de viejas, y múltiples, obsesiones.

Hace unos días, el lunes 5 enero, víspera del día de Reyes, bajé a Madrid para ver allí a gente, quedar con el sobrinerío y dar una vuelta por la Ciudad.
Mientras hacía tiempo tomando un café antes de la quedada que tenía por la tarde, abrí la novela sobre la barra y empecé a leer. Al terminar la introducción en la que Eco explica su encuentro del manuscrito y cómo, según él, llegó a la novela, descubrí que está fechada un mismo cinco de enero, pero de hace treinta y cuatro años...
Azares...

P.S.: Cuando ya tenía terminada esta nota para el blog, y mirando con más calma la entrada sobre Umberto Eco en la wikipedia, encuentro que el 5 de enero es también el día en el que el escritor acaba de cumplir 83 años...

jueves, 8 de enero de 2015

Charlie Hebdo

Si no lees nunca ningún libro, lo más probable es que pases una vida jodida, triste y pobre...
Pero si te pasas toda la vida leyendo un solo libro, siempre el mismo Libro, el único y verdadero, entonces es a lxs demás a quienes les jodes la vida.
Lee y deja leer.
Vive y deja vivir...

miércoles, 7 de enero de 2015

Clara y el tigre

Hace un par de semanas, durante la luna nueva de diciembre, colgué aquí un relato que escribí hace más o menos un año titulado Clara. Conocía la historia de la auténtica Clara, la rinoceronte india a la que exhibieron por Europa a mediados del siglo XVIII, y me gustó pensar cómo podría haber sido su vida contada por ella misma. Imaginé tristeza, cansancio, falta de libertad, maltrato, y al mismo tiempo esa cierta sabiduría que da "andar mucho y ver mucho".

Hace unos días, leyendo Un hombre oscuro, de Marguerite Yourcenar, una de las mejores historias que he leído durante el año que acaba de terminar, me encontré estos párrafos que, inevitablemente me recordaron a Clara, a la verdadera y a la que yo imaginé, y al ambiente que me hubiera gustado ser capaz de mostrar en ese relato:

El camino de vuelta pasaba por la Kalverstraat. En un rincón había unas viejas barracas de feria, que dejaban montadas allí todo el año. Algunas, las alquilaban temporalmente a charlatanes ambulantes o a exhibidores de espectáculos. Una de ellas se hallaba iluminada: allí exhibían, mediante la entrega de medio florín, un tigre traído de las Indias. Había cola. Nathaniel llevaba dinero aquel día y nunca había tenido la ocasión de ver un tigre. Le apeteció ver ese bello animal feroz, apenas más carnívoro -pensó- que la raza de los hombres, y en cuyos hermosos ojos brilla una llamita verde. Había un cartel pequeño colgado en la puerta, que le produjo un sobresalto: la entrada era gratuita para todo el que trajese un perro, o cualquier otro animal en buen estado de salud, del que quisiera deshacerse. Precisamente, cerca de él, una burguesa de media edad, aún vistosa con su traje de color pardo y su cuello blanco, llevaba en brazos a un perrito de aguas, un cachorro de apenas dos o tres meses. La mujer comprendió que el joven la miraba con reproche.
-Mi perra ha tenido una camada. Hemos conseguido colocar a la mayoría, pero no sé qué hacer con éste.
Nathanael sacó su medio florín.
-Dádmelo a mí.

martes, 6 de enero de 2015

gente que lee (20)

Muchacho leyendo una historia de aventuras [1923], obra del pintor, fotógrafo e ilustrador estadounidense Norman Rockwell [1894-1978].

lunes, 5 de enero de 2015

...raspaduras de nuestra propia existencia.

[...] A las imágenes que yo había visto desfilar veintidós años antes vinieron a añadirse otras, nacidas de las mismas. Para todo libro que ha llegado al punto en que ya no falta sino escribirlo, siempre se produce esta proliferación. Nuevos personajes hallados por casualidad al volver de un episodio, escenas ocultas tras otras escenas como otros tantos decorados móviles [...]. Toda obra literaria se compone así de una parte de imaginación, de recuerdos y de hechos, de nociones e informaciones recibidas durante la vida mediante la palabra y los libros, y de las raspaduras de nuestra propia existencia.

Lo cuenta la escritora francesa Marguerite Yourcenar [1903-1987] hablando del proceso de escritura de una de sus novelas.

domingo, 4 de enero de 2015

¿Qué enfermedad es esa?

Momo miraba fijamente al maestro Hora. En voz baja preguntó:
- ¿Qué enfermedad es esa?
- Al principio apenas se nota. Un día, ya no se tiene ganas de hacer nada. Nada le interesa a uno, se aburre. Y esa desgana no desaparece, sino que aumenta lentamente. Se hace peor de día en día, de semana en semana. Uno se siente cada vez más descontento, más vacío, más insatisfecho con uno mismo y con el mundo. Después desaparece incluso ese sentimiento y ya no se siente nada. Uno se vuelve totalmente indiferente y gris, todo el mundo parece extraño y ya no importa nada. Ya no hay ira ni entusiasmo, uno ya no puede alegrarse ni entristecerse, se olvida de reír y llorar. Entonces se ha hecho el frío dentro de uno y ya no se puede querer a nadie. Cuando se ha llegado a ese punto, la enfermedad es incurable. Ya no hay retorno. Se corre de un lado a otro con la cara vacía, gris, y se ha vuelto uno igual que los propios hombres grises. Se es uno de ellos. Esta enfermedad se llama aburrimiento mortal.

De la novela Momo, del escritor alemán Michael Ende [1929-1995].

sábado, 3 de enero de 2015

En casa del maestro...

Nathanael se encontró a gusto en casa del maestro, pese a las bofetadas y golpes que llovían sobre los alumnos. Pronto le encargaron que enseñase el alfabeto a los más pequeños de sus condiscípulos, pero lo hacía muy mal, y nunca hallaba el momento oportuno para golpear con la regla de hierro los dedos de los chicos. No obstante, su aire de dulzura y su atención servían para que cundiese el buen ejemplo entre los muchachos de su edad. Por la tarde, cuando ya se habían marchado los colegiales, el maestro le permitía leer: en verano, mientras había luz, en el jardín, y en invierno, al resplandor de la lumbre, en la cocina. La escuela poseía unos cuantos libros gruesos que el maestro juzgaba demasiado valiosos y de lectura harto difícil para entregársela a la caterva de colegiales, que pronto los habrían hecho pedazos. Allí había un Cornelius Nepos, un tomo descabalado de Virgilio, otro de Tito Livio, un Atlas donde se veía Inglaterra y los cuatro continentes con el mar alrededor, y delfines en el mar, así como un planisferio celeste sobre el cual hacía el niño muchas preguntas que el maestro no siempre sabía contestar. Entre los libros menos serios, había varias obras de un tal Shakespeare, que habían obtenido grandes éxitos en sus tiempos, y la novela de Perceval, impresa en caracteres góticos muy difíciles de descifrar. El maestro le había comprado todo aquello a bajo precio a la viuda de un vicario de la vecindad, para quien los únicos libros estimables eran los sermones de su difunto marido. Nathanael aprendió de esta suerte a hablar un inglés muy puro, aunque en su casa lo destrozaban, y también un poco de latín, para el que tenía bastante facilidad. Al maestro le gustaba hacerle trabajar, pues tenía pocas ocasiones de ejercitar su propio talento, desde que ya no daba clase en un colegio de Londres. Era implacable con la gramática, y acompañaba a Virgilio golpeando acompasadamente con el índice la tabla de su pupitre.

Del relato largo, o novela corta, Un hombre oscuro, de Marguerite Yourcenar [1903-1987].

viernes, 2 de enero de 2015

jueves, 1 de enero de 2015

¡Feliz capítulo 2015!

[Me lo envió anoche por guasap mi amiga María: un buen inicio de año para mi blog sobre cosas que leo y cosas que escribo. ¡Gracias!]

hola ¿qué haces?