He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

martes, 26 de agosto de 2014

¡Felicidades Julio!

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto en el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Capítulo 68 de la novela Rayuela, del escritor argentino Julio Cortázar [1914-1984], con quien empecé este blog sobre cosas que leo y que escribo hace algo más de seis meses con motivo del aniversario de su muerte, y que hoy, 26 de agosto, cumpliría 100 años.
Una buena excusa, otra más, para releerle una vez más...


Julio Cortázar fotografiado por la fotógrafa argentina Sara Facio en 1967.

martes, 5 de agosto de 2014

La pena

Entonces llegaba la pena, él le permitía acercarse, trataba de acostumbrarse a ella. La acogía con una particular posición del brazo, casi tendido en el gesto de darle la mano. Había que hacerle sitio al dolor, acunarlo entre los brazos. De lo contrario se convertía en terror y lo asaltaba por sorpresa, sin previo aviso, cuando cruzaba una calle o en el supermercado, mientras elegía las mandarinas o las patatas. Eran momentos de pánico.

Es uno de los párrafos del primer capítulo de la novela La verdad, de la escritora finlandesa Riikka Pulkkinen [1980- ]. Acabo de empezar a leerla hace un rato, mientras cenaba, y tiene muy buena pinta.

viernes, 1 de agosto de 2014

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana...

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.

Comienzo de la novela La metamorfosis [1915], del escritor Franz Kafka [1883-1924].