He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

martes, 9 de diciembre de 2014

Ejercicios de estilo

Hace algún tiempo, un amigo que desmontaba su casa para irse a Argentina, nos convocó a un montón de gente para que le echáramos una mano con la mudanza, y de paso montó un pequeño mercadillo en casa con cosas que no quería trasladar...
Hice un buen esfuerzo para tener bajo control a mi Diógenes y sólo me llevé tres cosas:
  • una chapita que ponía "viento en popa", que me ha acompañado durante muchos meses colgada de mi bolso hasta que decidió perderse y seguir su propio rumbo en algún viaje en metro o durante algún paseo por la Ciudad, 
  • la novela El tesoro de Sierra Madre, de B. Traven [1882-1969], que al verla en una estantaría me recordó lo muchísimo que me había gustado la peli cuando la vi hace un millón de años en alguna de esas sesiones dobles o triples a las que me gustaba ir cuando estaba en bachillerato y en cou...
    (creo que no la he vuelto a ver desde entonces... quizá sea una buena opción para estos días que se avecinan de mudanzas, turrones y familia...)
  • y el libro Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau [1903-1976].
Estos días, revolviendo libros, cajas, estanterías y armarios, están siendo días de reencuentros. Y este librito ha sido uno de ellos.
No sabía nada ni del libro ni del autor cuando lo encontré en casa de Jaime. Mientras volvía a Atocha en el metro fui leyendo la introducción y hojeándolo un poco y ya vi que era algo cuando menos especial, que lo que me había llevado no era una novelita tontorrona para pasar el rato...

La idea es sencilla: el autor describe en unas pocas líneas una situación cotidiana, anodina e intrascendente:

Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él. 
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.

Hasta aquí la anécdota.

Y a partir de ella el autor retuerce la historia, la interpreta, la cuenta desde muchos puntos de vista posibles, en varios tiempos verbales, con muy diferentes tonos.... 

Pronosticaciones
Cuando llegue el mediodía, te encontrarás en la plataforma trasera de un autobús donde se amontonarán viajeros entre los cuales repararás en un ridículo jovenzuelo: cuello esquelético y sin cinta en el sombrero de fieltro. No se encontrará bien, el pequeño. Creerá que un señor le empuja adrede cada vez que pasa gente que sube o baja. Se lo dirá, pero el otro, despreciativo, no contestará. Y el ridículo jovenzuelo, presa del pánico, se largará en sus narices, hacia un sitio libre.
Volverás a verlo un poco más tarde, en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Un amigo le acompañará, y oirás estas palabras: "Tu abrigo no abrocha bien; tienes que hacer añadir un botón".

Propaganda editorial
En su nueva novela, tratada con el talento que le caracteriza, el célebre novelista X, a quien debemos ya tantas obras maestras, se ha esmerado en presentar únicamente personajes muy matizados que se mueven en una atmósfera comprensible para todos, grandes y chicos. La intriga gira, pues, en torno al encuentro en un autobús del héroe de esta historia con un personaje bastante enigmático que se pelea con el primero que llega. En el episodio final, se ve a ese misteriosos individuo escuchando con la mayor atención los consejos de un amigo, modelo de elegancia. El conjunto produce una sensación encantadora que el novelista X ha cincelado con notable fortuna.

Torpe
No tengo costumbre de escribir. No sé. Me gustaría escribir una tragedia o un soneto o una oda, pero están las reglas. Eso me corta. No son cosas para aficionados. Todo esto ya está muy mal escrito. En fin. En todo caso, hoy he visto algo que me gustaría mucho asentar por escrito. Asentar por escrito no me parece muy acertado. Debe de ser una de esas frases hechas que repelen a los lectores que leen para los editores que buscan la originalidad que les parece necesaria en los manuscritos que los editores publican cuando éstos han sido leídos por los lectores a quienes repelen las frases hechas del tipo "asentar por escrito" que es, sin embargo, lo que me gustaría hacer con una cosa que he visto hoy, aunque yo sólo soy un aficionado a quien cortan las reglas de la tragedia, del soneto o de la oda, porque no tengo costumbre de escribir. ¡Joder, no sé cómo me las he arreglado pero ya estoy otra vez al principio! No me voy a aclarar nunca. Da igual. Cojamos el toro por los cuernos. Un tópico más. Y, además, el chico aquel de toro no tenía nada. Mira, eso no está mal. Si escribiese: cojamos al mequetrefe por el cordón de su sombrero de fieltro a un largo cuello pegado, a un cuello superlativo, tal vez eso seguramente sería original. Quizás cosas así me permitirían conocer a los señores de la Real Academia, del Gijón y de la editorial Cátedra. Al fin y al cabo, por qué no iba a hacer adelantos. La práctica de escritura hace maestro de literatura. Qué bien me ha salido eso. Aunque no hay que perder los estribos. El tipo de la plataforma sí que los perdió cuando se puso a insultar a su vecino con el pretexto de que este último le pisoteaba cada vez que se encogía para dejar subir o bajar a los viajeros. Lo mismo que cuando, después de haber protestado de aquella manera, se fue deprisa a sentarse en cuanto vio un sitio libre dentro, como si se oliese los palos. Mira, ya he contado la mitad de mi historia. No sé cómo lo he hecho. Hasta es agradable esto de escribir. Aunque queda lo más difícil. Lo más duro. La transición. Y aún peor porque no hay transición. Mejor lo dejo.

Tanka
Un bus vetusto
¡Zas! Monta un mentecato
Hay zipizape
Más tarde en Saint-Lazare
Un botón como tema

¡¡¡Y así hasta 99 variaciones...!!!

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